Crítica: Ratatouille

Si de algo entiende la factoría Disney es de contar historias tiernas, sencillas y, en ocasiones, también muy divertidas. Y es que, si bien hace tiempo que no conseguía encontrar una película de animación digital que me agradara -ninguna desde Shrek-, "Ratatouille" supone un claro ejemplo de buen gusto y una muy grata sorpresa para el espectador, y especialmente para mí.

La historia nos habla de Remy, una rata de campo con un olfato y una capacidad de percibir sabores extraordinariamente desarrolladas -me recuerda a mi hermano-, con un gusto por la buena comida infrecuente entre los miembros de su especie, y unos sueños tan poco frecuentes como su gusto: nuestro protagonista aspira a convertirse en un gran chief de Francia. Vamos, que Remy está lejos de ser una rata corriente (al menos, de todo lo corriente que puede ser una rata de animación) que, a pesar de sus aspiraciones, tiene que vivir con el "peso" de su condición de roedor que le ha dado la naturaleza. Sin embargo, el destino no tardará en jugar a su favor cuando, en una inesperada carambola, quede aislado del resto de la manada y acabe perdido en las alcantarillas de París. Quiere la suerte -o quizá la magia de Hollywood- que, deambulando por ellas, acabe encontrando las cocinas de un importante restaurante de París, donde tendrá la oportunidad de demostrar que hasta una rata puede alcanzar sus propios sueños.

Con un guión fresco y original, unas situaciones simpáticas y muy tiernas (me encanta la expresividad de Remy en determinadas ocasiones) y un apartado técnico realmente impresionante (especialmente, cuando se trata de reflejar París), "Ratatouille" supone una opción cinéfila muy optimista y recomendable, especialmente para todos aquellos que les falta el valor para luchar por todo aquello que anhelan.

Y es que en los sueños, como en la vida, nadie dijo que fuera fácil.


Mi puntuación en IMDB: 7