Crítica: El niño con el pijama de rayas

El mayor atractivo de "El niño con el pijama de rayas" -y me estoy refiriendo al best-seller de John Boyne, y no a la película homónima en que está basada y que procederé a comentar en breve- residía en ocultar al lector el trasfondo de la historia, dejando a éste la responsabilidad de deducirlo por medio de los detalles que la rodean, contada a través de los inocentes ojos de un niño de tan solo nueve años.

Partiendo de la base de que la película no deja opción a tal planteamiento (y de ello no tiene la culpa su director Mark Herman, sino la expresividad del medio en sí, basado principalmente en el poder de la imagen), "El niño con el pijama de rayas" -y ahora sí me refiero al filme- es una muy correcta adaptación de la obra literaria en la que está basada, así como una agridulce fábula que nos recuerda, aunque sea rodeada de ternura como también sucediera en "La Vida es Bella" -la cual, como en esta ocasión, también tuve la fortuna de compartir con alguien especial en mi vida-, las terribles atrocidades que se dieron en una de las épocas más negras y vergonzosas de nuestra historia.

Bruno (Assa Butterfield), hijo de un importante oficial alemán, se ve obligado a trasladarse desde Berlín junto con su familia a una aburrida casa de campo, por motivos de trabajo de su padre quien ha sido recientemente ascendido. Allí, desde la ventana de su habitación, puede avistar una curiosa granja rodeada por una alambrada, y habitada por unos extraños hombres que visten pijamas de rayas. Llevado por la curiosidad y la emoción del descubrimiento, Bruno no tardará en acercarse a aquel enigmático lugar donde conocerá a Shmuel (Jack Scanlon), un niño de su misma edad atrapado al otro lado de la valla, castigado junto con su familia por una razón más que inquietante...

... el delito de haber nacido.


Mi puntuación en IMDB: 6